discípulo” (Lc. 14:26). Por tanto, el seguidor de Cristo debe aborrecer su propia vida, o estar dispuesto a renunciar a ella por amor a Dios. Debe aborrecer a su padre y madre, pero no en el sentido de un sentimiento enfermizo (el cual es prohibido) sino en el sentido de ponerlos en segundo lugar. Jesús prometió que el mundo aborrecería a sus seguidores, porque el mundo lo aborrece a él, y porque los creyentes ya no son de este mundo (Jn. 15:18–20). Aborrecer, especialmente cuando es hacia el hermano, es atribuido
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